Pienso que hace sólo dos redondos meses
murmurábamos seriamente
de sátiros y ninfas
perdidos en el laberinto Minotauro
y sobre la redención de la palabra
en boca de los pájaros de cualquier isla de Chipre.
Yo hubiera sido capaz de morir por ti
desnudo como un Hércules.
Nuestra cumbre era con águilas
que con parloteos alzábamos fogosos
hasta que volaran todos los laureles de eruditos
en la aureola ebria de dos locos en la cima del Olimpo.
murmurábamos seriamente
de sátiros y ninfas
perdidos en el laberinto Minotauro
y sobre la redención de la palabra
en boca de los pájaros de cualquier isla de Chipre.
Yo hubiera sido capaz de morir por ti
desnudo como un Hércules.
Nuestra cumbre era con águilas
que con parloteos alzábamos fogosos
hasta que volaran todos los laureles de eruditos
en la aureola ebria de dos locos en la cima del Olimpo.
¿Quién iba a sospechar que había algo más?
Pero usted pensó que yo tenía más hígado
que el flaco Prometeo
cuando me dio a probar el brebaje de sus besos.
Como el hielo crea gotas,
de ellas me haces agua y río
vasto océano, espejo de mis olas
con las nubes que regresan
de la nieve de tu cima y desde el cielo, me goteas
Esas son cosas bonitas y redondas
propias de un Narciso
pero necias!
Y te las decía sentado en el WC de Atenas
¡Que cosa más intelectual y elíptica
eran nuestras relaciones amistosas
cuando te ponía el beso entre tibia y peroné
al levantar tu amplia túnica de Helena.
Mi lugar era volver a ti redondamente
pues estaba en ti ese círculo virtual vicioso
tan exacto como el atrio de un Apolo
o como el gesto circular de algún hipódromo
o la circunferencia de Tales de Mileto
desoyendo siempre cualquier canto de sirena.
Abrí tu madriguera de Drogati y Melissani
con mi dorado vellocino
donde estuvo siempre mi glóbulo ocular más hábil.
O sea, yo era un cíclope fanático
de tus rótulas, tobillos y tu monóculo mojado
cuando me caías sobre el nervio ciático
quemando hasta las ruinas mi Troya.
Y ahora te pareces al círculo polar antártico.
¡Qué te pasa!
Deje usted de sacarle punta al lápiz
que no soporto el filo frío de su hachazo.
Creo que el aire ya no sostiene tanta ira
a partir de tu mirada en esa bola de cristal
que nos tiró a rodar la bruja Circe con inquina
¿Quién le dijo a usted que yo era un Pinocho mentiroso
para que sea usted, esa versión mujer de don Otelo?
El verso era el consuelo
y en los espíritus la flama era tan sólo un paseo
por el cielo de Papá Noel y con sus renos.
Esas son cosas bonitas y redondas
propias de un Narciso
pero necias!
Y te las decía sentado en el WC de Atenas
¡Que cosa más intelectual y elíptica
eran nuestras relaciones amistosas
cuando te ponía el beso entre tibia y peroné
al levantar tu amplia túnica de Helena.
Mi lugar era volver a ti redondamente
pues estaba en ti ese círculo virtual vicioso
tan exacto como el atrio de un Apolo
o como el gesto circular de algún hipódromo
o la circunferencia de Tales de Mileto
desoyendo siempre cualquier canto de sirena.
Abrí tu madriguera de Drogati y Melissani
con mi dorado vellocino
donde estuvo siempre mi glóbulo ocular más hábil.
O sea, yo era un cíclope fanático
de tus rótulas, tobillos y tu monóculo mojado
cuando me caías sobre el nervio ciático
quemando hasta las ruinas mi Troya.
Y ahora te pareces al círculo polar antártico.
¡Qué te pasa!
Deje usted de sacarle punta al lápiz
que no soporto el filo frío de su hachazo.
Creo que el aire ya no sostiene tanta ira
a partir de tu mirada en esa bola de cristal
que nos tiró a rodar la bruja Circe con inquina
¿Quién le dijo a usted que yo era un Pinocho mentiroso
para que sea usted, esa versión mujer de don Otelo?
El verso era el consuelo
y en los espíritus la flama era tan sólo un paseo
por el cielo de Papá Noel y con sus renos.
Usted era una Dama y yo todo un Vagabundo
O sea, todo estaba bien. Cero errores.
Pero en alguna parte estaba el batiscafo
de las profundidades con los negros buceadores de Cousteaux
¿Quién se iba imaginar que usted, la señorita,
frecuentaba obtusas amistades con su rey profundo
don Neptuno o Poseidón?
Mas ahora dices tú de todo y sin trémolos cobardes
me crujes como un árbol que se cae
a espaldas de mi propia barca de Odiseo.
¡Pero qué mujer más puntiaguda!
Ayer no más me lo pedías;
redondea mis mejillas bajas, me decías
y ahora pareces sacapuntas cargándome las culpas.
Todavía no se reponen estos versos
de tu gesto arisco tan cuadrangular.
Y quedarán deformes para siempre.
Mejor dicho; cuadriformes
con inmensos con enormes hematomas angulares
puntiagudos y picudos.
Y digamos las cosas como son:
Fue por la traición de tu talón de Aquiles.
cuando te mueven la cola esos Tritones cabalgando los delfines.
No sabes contenerte.
Te lo digo resentido. Lo demás;
tú ya lo sabes.
Tienes las dos alternativas
O me dejas correr esa cortina de la tina de tu baño
con la música estridente de la película Psicosis
y te clavo con mi daga y con malicia
o pídeme perdón como esa gorda de Amarcod
para que sigamos retozando y contemplando
la constelación del viejo Orión.
Mire usted
que sólo quiero jabonar esos melones resbalosos
a ver si en una de esas nos vamos juntos como globos
sobre la crisma de las eternas
las absolutas
pompas de jabón.
A menos que mi deseo clueco
a usted le importe un huevo.
Te lo digo resentido. Lo demás;
tú ya lo sabes.
Tienes las dos alternativas
O me dejas correr esa cortina de la tina de tu baño
con la música estridente de la película Psicosis
y te clavo con mi daga y con malicia
o pídeme perdón como esa gorda de Amarcod
para que sigamos retozando y contemplando
la constelación del viejo Orión.
Mire usted
que sólo quiero jabonar esos melones resbalosos
a ver si en una de esas nos vamos juntos como globos
sobre la crisma de las eternas
las absolutas
pompas de jabón.
A menos que mi deseo clueco
a usted le importe un huevo.