DE CADÁVERES























Aquí está el incrédulo cadáver.

Un cadáver tan distinto de aquel muerto
porque el muerto es un modo que se calla en un entierro.

Distinto es el difunto con sus ceremonias y velorios
o el fallecido con su gesto de viudo y de notario
con oscuro traje ex profeso en el sepelio

o el extinto que suena a colofón del obituario.

Pero el cadáver que se ama
aquel desnudo en el depósito y con acento lóbrego
tiene algo de suicida
y de mortaja, de huesera y calaveras.
de esqueleto con agudos huesos de guadaña
comparece con terror y compadece pánico.

El cadáver es lo criminal con esa "R" de la urna y de su verso irrevocable
con sus AES de catedrales medievales
infectadas con bandada de esqueletos de paloma
o del viajero de algún féretro
que se sopla entre los huesos de los dientes
con sus cántico morado.

El cadáver es primo hermano de la víctima que espanta
y siempre el más desnudo amortajado.

No tiene carajadas - Cárcamo - de carne
y desde el pecho de la escuela
regurgita crápulas y férulas
 y el vicio venenoso de sus versos.

El cadáver que platica en la bandera de combate
es la muerte misma que batalla 
aquí a tu espalda con tu ángel
a plena cuchillada en tu omóplato desnudo.
. . .