Sobre los pliegues perfumados de la cama
la tigresa de la noche a cuatro patas rígida
con el par de febles piernas
se derrama obscena a los gusanos que soporta
Aún es de madrugada.
Su melena palpa tibia almohada. No palpita.
La boca de sus labios
como abierta herida no dirá palabra es mía.
Hasta donde yo sé;
vacíos cruzaran el aire, rancios
Nadie escuchará jamás el nombre final que exhala
ni los dientes fríos que ríen de carcajadas terminales.
Ya no importa.
Sin embargo al ver esa cadera con salientes huesos
de púdicos primarios y de muslos flacos;
una piedad desconocida conmueve al comisario.
Es la evidencia y es lo funesto. Es una niña.
Y su mirada en pensamientos vaga
hasta caer en el ángulo del retrato imaginario.
Sobre un velador de licores y cigarros turbios
está la misma muerta abrazada con sus padres.
Brillante risa entre el par de viejos de los ojos tristes
que con certeza indica
el destino cierto del semanal epistolario.
Eso es lo cierto.
La contempla con tristeza. Con inmensa pena
una liga en la rodilla flaca provoca sus pesares.
Eran alegres sus placeres y malsanas sus caricias.
En la criatura impura lo delatan esas marcas grises
que relatando sus historias tristes y primicias
ya viajan sin miedo hasta el luto del osario.
Las orejas con aretes breves hablan del amor filial
lejano de afectos opulentos,
abandonado de esplendor agreste
olvidado de los campos, del pesebre
y de la infancia casta…
El comisario viejo ya no resiste con los trotes
le conmueve la postura del cadáver indecente
y el origen perverso de esa muerte
Pero ya cumplió el horario.
Se le acaba el turno.
...
Concluye con su informe
Es la hora de volver a casa
Son las siete y se resuelve:
nadie vio, ni sintió nada. ©