El hombre con su dios de máscaras y culpas
con los vestigios de su juventud a cuestas
sin los descendientes fatales que le dieron esa paletada
entre las arrugas que se permitió con vana ira.
El hombre con tabaco entre los dientes estuvo siempre solo.
El hombre estuvo con su patria y con sus vientos.
Sombras y cadáveres ardieron debajo de su lengua
pero estuvo siempre mudo.
Estaban sus ombligos y sus parientes ricos, pero él
con billeteras joyas y certezas
siempre estuvo lejos.
Ese hombre que dormía echado en aquel sitio de la plaza
adolorido en el bermellón de caros vinos
y que floreció tenuemente al calor de mis abrazos
estuvo siempre frío.
Ese hombre que gemía con mis besos en la frente
y que en sus pulmones tosía funerarios ataúdes
estuvo siempre en la miseria
a pesar del pergamino
Nada tiene que ver aquí el ser humano, sino ese hombre
donde el poder de su mirada parpadeante
ardía en sollozos que eran moribundos.
Allí siempre estuvo su paisaje.
Ese hombre que no sabe
ni recela de dónde nace el río que navega
estuvo siempre ciego.
En ese río que devoraba sus caídas
laureles, noticieros y jarabes
resistía corajudo.
Hoy me saluda brevemente
ese hombre
que siempre solo estuvo.