Hija de la
grandísima
me habrían
dicho o me decían.
Flotando estoy
en el poste
luminoso de la esquina
con mis alas
nuevas de la tintorería.
Y el aparente
padre con el anular en sus bolsillos
sentado está en
el velorio como espía.
Yo era un
angelito que moría al cirio de una luz
en ese piso de
brillo mortecino.
De los
cirios se ocupaba el padre Prior
y de mi muerte
esa matrona con pantuflas asesinas.
En la cuna
blanca con sus fierros salpicados
está la sangre
de cada cuchillada.
Era mi madre una
mujer gigante
o como decía
él: “ muy poco decente”.
Salió del
hospital, pequeña, reducida
sin el hijo en
sus manos ya vacías.
Una maleta
rayada en los costados
y con los pasos
del aparente padre apresurados.
Y permanezco
con mis alas desplegadas
parado en el
farol de tanta inquina
esperando
alguna madre que me acoja
con el amor que
dios me ha destinado.
Hija de una
grande me dirían.