¿Me acompañas a la esquina?
Déjame invitarte a dar una vuelta
por las calles que tu más quieras
y por lo que más quieras.
Déjame invitarte a caminar
tomados de las alas
con el gancho de alfiler que son estas palabras.
Dejemos los pies en casa
y caminemos con ventaja
por tu nombre que yo nombro y repito
por mi nombre que tú sabes y repites
sobre el ruido de la orquesta de la Gala
sobre el mantel blanco del banquete
con mis zapatos de mendigo
y frente al gesto nimio de los mimos níveos.
Ángel mío sácame una foto en esta trampa
y ponme la cara que tú más quieras.
El aire está suelto de besos
y escapan huyendo a lo lejos. Sostenlos.
Quiero recordar esa imagen de tu estampa.
No quiero más soñarte
en las falaces molduras de los techos
de la ciudad vieja con su brújula perdida
ni en las calles con sus piedras del gran miedo
que son como frutas muertas
en el jardín de los guerreros.
Átame con dulzura
y con el hilo viejo de tus pretéritas costuras
al feroz vuelo de tus sueños y tus compuertas. Levántame.
Ven a sentarte riendo
sobre la lengua rizada del banco de la plaza
mira que soy el prócer de los naipes
pegado como estampilla en los vitrales de esa carta
que no llega nunca al destino de tus piernas. Ven.
Un farol desenfrenado por brillar entre tus calles
es el poema que te ilumina cuando amaso panes
porque en esa ducha soy tu testigo humedecido.
Léeme el presagio del tiempo, querida
los obituarios, los casamientos
y bésame al mismo tiempo
el mobiliario. Ya es tarde para nuevos nacimientos.
Dime que está lloviendo pero que todo lo iluminas
o que ilumino mucho
y te refresco la hora obtusa de los noticiarios
incluso cuando estás llorando entristecida.
Entremos al manicomio a mirar los simples tocinos
los sacos de trigo negro que son sus cortinas
y la tiza inútil de sus pizarras blancas con todas sus locuras.
Sécame los charcos de la pena de mi infancia,
mientras yo disuelvo tus candados
y reparto ese polen que escondes en tu universo de arenas secas.
Por una vez en la noche
temblemos
recuerda que tengo el rostro que tú más quieras
y todas las palabras del diccionario en la piel rosada de mis manos.
Leamos soeces en libros con formas de nubes depiladas
sobre todos los espejos, los fríos modales
las tumbas, los relicarios, los cesantes del vecindario
y por todos los amantes que quedaron a la vera del camino.
El zorzal que te canta y te baila en sus trinos
es para ti.
Y para mí
el animal felino de negros rizos
que a veces falta.
Todo vuelve y todo ocurre
bajo las altas grúas de Puerto Madero
Pasaremos bajo ellas como flechas
para que esas gaviotas no me ensucien
porque lo nuestro es pasar mintiendo
Soy el extranjero.
Y volvamos a estos trenes sin locomotoras
que me esperan y te llaman
a caminar la espuma gótica del apio, las alcachofas,
el hipódromo de los desposados
la desintegración del átomo con sus viriles impresoras
los rieles del pensamiento naviero en la estela de tus aguas.
Soy todo oído.
Canta por favor sin bandoneón
que en mi ciudad no hay nadie
pues leves cenizas son sus banderas
y sólo tu voz contra la muerte
llueve goteando aquí en mi peste.
Vamos a la catedral entusiasta
a beber el agua bendita de los milagros
y a salpicarnos con la pintura del patrono santo
saludemos a Sor Margarita Petunia con caligrafía de fileteadores
Hola Margarita Petunia
Comiendo mentas, melones, pepinos, tormentas
tomates cachetes inmensos, nos besaremos en la frente.
Con esas medias de nylon
tus piernas son poderosas y bravas
hasta la luna tus pasos trazan y no te cansas.
Ya sé que hasta donde tú quisieras me alcanzarían esas larvas.
Yo creo que esto es como amarse con ardor
en los paseos públicos y con los bellos púdicos
con gran delicadeza
con extrema erudición.
El aire con sus parábolas y sus litúrgicos cohetes
y sus ampollas en pelotas
son los submúltiplos sueños en lo que me resta dela vida
Yo no más quisiera amarte
y darle un poco de maní a esos monos de Sumatra, linda
y palomitas de maíz a cada diente mío.
Montados sobre el negro alazán del carrusel
girando en nuestra órbita excluyente
seríamos Capuletos o Montescos.
En una de esas
quien lo sabe
terminamos abrazados con certezas
y estridentes; gigantescos.
Te amaría hasta la muerte.
Déjame invitarte a dar una vuelta
por las calles que tu más quieras
y por lo que más quieras.
Déjame invitarte a caminar
tomados de las alas
con el gancho de alfiler que son estas palabras.
Dejemos los pies en casa
y caminemos con ventaja
por tu nombre que yo nombro y repito
por mi nombre que tú sabes y repites
sobre el ruido de la orquesta de la Gala
sobre el mantel blanco del banquete
con mis zapatos de mendigo
y frente al gesto nimio de los mimos níveos.
Ángel mío sácame una foto en esta trampa
y ponme la cara que tú más quieras.
El aire está suelto de besos
y escapan huyendo a lo lejos. Sostenlos.
Quiero recordar esa imagen de tu estampa.
No quiero más soñarte
en las falaces molduras de los techos
de la ciudad vieja con su brújula perdida
ni en las calles con sus piedras del gran miedo
que son como frutas muertas
en el jardín de los guerreros.
Átame con dulzura
y con el hilo viejo de tus pretéritas costuras
al feroz vuelo de tus sueños y tus compuertas. Levántame.
Ven a sentarte riendo
sobre la lengua rizada del banco de la plaza
mira que soy el prócer de los naipes
pegado como estampilla en los vitrales de esa carta
que no llega nunca al destino de tus piernas. Ven.
Un farol desenfrenado por brillar entre tus calles
es el poema que te ilumina cuando amaso panes
porque en esa ducha soy tu testigo humedecido.
Léeme el presagio del tiempo, querida
los obituarios, los casamientos
y bésame al mismo tiempo
el mobiliario. Ya es tarde para nuevos nacimientos.
Dime que está lloviendo pero que todo lo iluminas
o que ilumino mucho
y te refresco la hora obtusa de los noticiarios
incluso cuando estás llorando entristecida.
Entremos al manicomio a mirar los simples tocinos
los sacos de trigo negro que son sus cortinas
y la tiza inútil de sus pizarras blancas con todas sus locuras.
Sécame los charcos de la pena de mi infancia,
mientras yo disuelvo tus candados
y reparto ese polen que escondes en tu universo de arenas secas.
Por una vez en la noche
temblemos
recuerda que tengo el rostro que tú más quieras
y todas las palabras del diccionario en la piel rosada de mis manos.
Leamos soeces en libros con formas de nubes depiladas
sobre todos los espejos, los fríos modales
las tumbas, los relicarios, los cesantes del vecindario
y por todos los amantes que quedaron a la vera del camino.
El zorzal que te canta y te baila en sus trinos
es para ti.
Y para mí
el animal felino de negros rizos
que a veces falta.
Todo vuelve y todo ocurre
bajo las altas grúas de Puerto Madero
Pasaremos bajo ellas como flechas
para que esas gaviotas no me ensucien
porque lo nuestro es pasar mintiendo
Soy el extranjero.
Y volvamos a estos trenes sin locomotoras
que me esperan y te llaman
a caminar la espuma gótica del apio, las alcachofas,
el hipódromo de los desposados
la desintegración del átomo con sus viriles impresoras
los rieles del pensamiento naviero en la estela de tus aguas.
Soy todo oído.
Canta por favor sin bandoneón
que en mi ciudad no hay nadie
pues leves cenizas son sus banderas
y sólo tu voz contra la muerte
llueve goteando aquí en mi peste.
Vamos a la catedral entusiasta
a beber el agua bendita de los milagros
y a salpicarnos con la pintura del patrono santo
saludemos a Sor Margarita Petunia con caligrafía de fileteadores
Hola Margarita Petunia
Comiendo mentas, melones, pepinos, tormentas
tomates cachetes inmensos, nos besaremos en la frente.
Con esas medias de nylon
tus piernas son poderosas y bravas
hasta la luna tus pasos trazan y no te cansas.
Ya sé que hasta donde tú quisieras me alcanzarían esas larvas.
Yo creo que esto es como amarse con ardor
en los paseos públicos y con los bellos púdicos
con gran delicadeza
con extrema erudición.
El aire con sus parábolas y sus litúrgicos cohetes
y sus ampollas en pelotas
son los submúltiplos sueños en lo que me resta de
Yo
y darle un poco de maní a esos monos de Sumatra, linda
y palomitas de maíz a cada diente mío.
Montados sobre el negro alazán del carrusel
girando en nuestra órbita excluyente
seríamos Capuletos o Montescos.
En una de esas
quien lo sabe
terminamos abrazados con certezas
y estridentes; gigantescos.
Te amaría hasta la muerte.